La ayuda al desarrollo como presión política
Obama promoverá el buen gobierno en África utilizando la ayuda al desarrollo como instrumento de presión. Valores como democracia y derechos humanos no son privilegios del norte del hemisferio, afirma Sibylle Golte.
Durante su primera visita a África, el presidente estadounidense, Barack Obama, arremetió contra la corrupción y los regímenes dictatoriales acusándolos de un peligro para todo el continente. Obama apuesta por el buen gobierno y apoyará con ayuda al desarrollo a aquellos mandatarios africanos que actúen de manera responsable pero también aislará a quienes no lo hagan.
Hay muchas razones por las cuales la ayuda al desarrollo a menudo se gasta sin producir los efectos deseados, pero básicamente la causa es el mal gobierno. En otras palabras, la corrupción, el abuso de poder, la falta de transparencia, así como las violaciones a los derechos humanos son obstáculos que impiden el desarrollo democrático de todo país.
La ayuda a la autoayuda es el objetivo primordial de la política al desarrollo, que sólo puede ser efectiva si las condiciones políticas son adecuadas. Donde los dictadores se llenan los bolsillos y engrosan cuentas bancarias en Suiza, generalmente también destinan el presupuesto militar para mantenerse en el poder y hacer callar a los críticos que denuncian sus turbios manejos. Ahí, las inversiones tan sólo desde el punto de vista económico son equivocadas.
Esta tesis ha sido confirmada en el terreno global y de manera impresionante desde los tiempos de la Guerra Fría y el conflicto entre Este y Oeste, cuando todo dictador era digno de ser respaldado siempre y cuando estuviera en el propio bando. La lista de los tiranos favorecidos de este modo es larga, y van desde Idi Amin en Uganda hasta Ferdinand Marcos en Filipinas y Anastasio Somoza en Nicaragua. Y hay que considerar que todavía en la década de los 90 la ayuda al desarrollo era equivalente a alrededor de un 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de muchos países en desarrollo.
Miles de millones de dólares fluyeron a regímenes dictatoriales sin que se produjera ningún beneficio para el desarrollo del país en cuestión. Infames carniceros utilizaron dichos fondos para construirse lujosos palacios y asegurarse su supervivencia política. Es amargo reconocerlo pero sin esa ayuda seguramente no se hubieran prolongado en el poder.
Por eso la ayuda al desarrollo debe estar supeditada a que se cumplan ciertas precondiciones políticas, de lo contrario no tiene sentido. La condición es el buen gobierno, un buen liderazgo que comprenda un ejercicio democrático, transparente y la participación abierta de la sociedad civil.
Críticos consideran que ésta es una nueva forma de colonialismo y preguntan por qué los países africanos, asiáticos y latinoamericanos deben orientarse según el sistema de valores occidental. En realidad la argumentación es a la inversa. Valores como los Derechos Humanos, la libertad de expresión y la existencia de un Estado de Derecho no deberían ser un privilegio del norte desarrollado del hemisferio sino que deberían tener validez mundial. Sería ingenuo pensar que otorgando esa ayuda al desarrollo dichos valores acabarán imponiéndose.
Sólo con presión política puede enfrentarse a los dictadores corruptos que convierten a la población en su rehén. La ayuda al desarrollo es un instrumento para lograr este objetivo. Pero habría que considerar otro aspecto. Esos miles de millones de divisas hay que generarlas antes de gastarlas. ¿Cómo pedirles a los contribuyentes de los países industrializados más dinero en tiempos de crisis, sobre todo cuando los recursos son despilfarrados y no producen el efecto deseado?
“El bueno gobierno es probablemente el factor más importante cuando se trata de combatir la pobreza y promover el desarrollo”, dijo el ex secretario general de la ONU Kofi Annan hace casi diez años. A esa declaración no hay que añadirle nada, Annan tiene toda la razón.
Autora: Sibylle Golte
Edición Luna Bolívar Manaut
Hay muchas razones por las cuales la ayuda al desarrollo a menudo se gasta sin producir los efectos deseados, pero básicamente la causa es el mal gobierno. En otras palabras, la corrupción, el abuso de poder, la falta de transparencia, así como las violaciones a los derechos humanos son obstáculos que impiden el desarrollo democrático de todo país.
La ayuda a la autoayuda es el objetivo primordial de la política al desarrollo, que sólo puede ser efectiva si las condiciones políticas son adecuadas. Donde los dictadores se llenan los bolsillos y engrosan cuentas bancarias en Suiza, generalmente también destinan el presupuesto militar para mantenerse en el poder y hacer callar a los críticos que denuncian sus turbios manejos. Ahí, las inversiones tan sólo desde el punto de vista económico son equivocadas.
Esta tesis ha sido confirmada en el terreno global y de manera impresionante desde los tiempos de la Guerra Fría y el conflicto entre Este y Oeste, cuando todo dictador era digno de ser respaldado siempre y cuando estuviera en el propio bando. La lista de los tiranos favorecidos de este modo es larga, y van desde Idi Amin en Uganda hasta Ferdinand Marcos en Filipinas y Anastasio Somoza en Nicaragua. Y hay que considerar que todavía en la década de los 90 la ayuda al desarrollo era equivalente a alrededor de un 15 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) de muchos países en desarrollo.
Miles de millones de dólares fluyeron a regímenes dictatoriales sin que se produjera ningún beneficio para el desarrollo del país en cuestión. Infames carniceros utilizaron dichos fondos para construirse lujosos palacios y asegurarse su supervivencia política. Es amargo reconocerlo pero sin esa ayuda seguramente no se hubieran prolongado en el poder.
Por eso la ayuda al desarrollo debe estar supeditada a que se cumplan ciertas precondiciones políticas, de lo contrario no tiene sentido. La condición es el buen gobierno, un buen liderazgo que comprenda un ejercicio democrático, transparente y la participación abierta de la sociedad civil.
Críticos consideran que ésta es una nueva forma de colonialismo y preguntan por qué los países africanos, asiáticos y latinoamericanos deben orientarse según el sistema de valores occidental. En realidad la argumentación es a la inversa. Valores como los Derechos Humanos, la libertad de expresión y la existencia de un Estado de Derecho no deberían ser un privilegio del norte desarrollado del hemisferio sino que deberían tener validez mundial. Sería ingenuo pensar que otorgando esa ayuda al desarrollo dichos valores acabarán imponiéndose.
Sólo con presión política puede enfrentarse a los dictadores corruptos que convierten a la población en su rehén. La ayuda al desarrollo es un instrumento para lograr este objetivo. Pero habría que considerar otro aspecto. Esos miles de millones de divisas hay que generarlas antes de gastarlas. ¿Cómo pedirles a los contribuyentes de los países industrializados más dinero en tiempos de crisis, sobre todo cuando los recursos son despilfarrados y no producen el efecto deseado?
“El bueno gobierno es probablemente el factor más importante cuando se trata de combatir la pobreza y promover el desarrollo”, dijo el ex secretario general de la ONU Kofi Annan hace casi diez años. A esa declaración no hay que añadirle nada, Annan tiene toda la razón.
Autora: Sibylle Golte
Edición Luna Bolívar Manaut
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